Que en pleno siglo 21 existan zonas tan aisladas, donde la mortalidad infantil y la crisis de servicios públicos pase desapercibida, resulta increíble pero sí, son las islas paradisíacas venezolanas.

El municipio insular Padilla lo componen al menos 7 islas que están entre el Lago de Maracaibo y el golfo de Venezuela. Isla Maracas fue nuestro primer destino, una zona que hace unos años estaba repleta de vida hoy luce tan muerta como las canoas que se usaban para pescar, hay algo que ha acabado paulatinamente con la población, el hambre. La mayoría de quienes ahí viven comen menos de dos veces al día, en ocasiones hasta solo una.

La pesca es difícil, cuando no hay peces, no hay gasolina, a veces faltan ambos, muchas veces se une un tercer elemento que se ausenta, y muy frecuentemente para desgracia de ellos, la electricidad y sin ella es poco lo que se puede hacer, es que ni almacenar lo que saquen del lago. Se les han perdido pescados por no tener como refrigerarlos.

Muchas veces el hambre navega libremente por las aguas cercanas a Isla Maracas, comer se hace realmente complicado. Cuando hay suerte comen pescado, solo pescado, pero al menos es algo, peor sería nada dicen.

Cuando el hambre mata

Darielis Moran vive en la parte central de la isla, en la periferia la cosa es más complicada. Las familias en ocasiones dejan a los niños salir a pescar a ver que logran desde las orillas, eso los mantiene lejos de casa, sin preguntar constantemente qué hay para comer. Hace solo semanas Miguel Morán, un pequeño de 3 años de edad falleció al comer un tipo de pez cuyas entrañas son tóxicas. En otras partes del mundo lo conocen como pez globo, en la isla, son peces sapo. No habían comido nada desde la noche anterior y no tenían nada en la despensa de casa, por eso salieron a pescar desde temprano.

Crisálida Fuenmayor es la abuela de Miguel, tiene varios nietos pero el pequeño tenía su corazón en el bolsillo, cuenta cómo su muerte fue para ella y la familia, algo difícil de soportar. Entre lágrimas desmenuzaba un pescado, quizás pensando que quizás si la pesca de ese día era distinta, hoy estaría con ellos seleccionando y hasta comiendo de lo poco que lograron sacar. La muerte de Miguel fue hace casi un mes y Crisálida lo llora como si solo ayer los ojos del pequeño se cerraron para nunca más abrirse.

La isla sería un excelente espacio para grabar una película distópica, apocalíptica. Nos despedimos de Maracas y salimos rumbo a San Carlos, ahí la crisis de los servicios públicos golpea con fuerza a sus habitantes. Esa zona era muy visitada en Semana Santa, hoy luce sola sin temporadistas, locales cerrados y en ruinas. Conocimos a Carmen López, ella tiene en su rostro las marcas por carecer de agua de calidad para usar en casa, con manchas en su frente y mejillas cuenta como abundan los casos de escabiosis, parasitosis y diarreas, en niños y adultos por igual.   

Marcados

Carmen dice que ella puede con una afección en la piel sin problemas, los niños muchas veces no, el agua la venden tal como se hacía en el siglo pasado, cuando no existían las tuberías, las llevan en carretas jaladas por animales. Una pimpina de 20 litros cuesta un dólar, llenar un tanque de mil litros cuesta una fortuna, que la mayoría de ellos no tiene. Por la falta de transporte, los médicos van pocas veces a las islas. Muertes por desnutrición infantil abundan.

La gasolina no se consigue, para pescar, quien tiene una lancha con motor, y valor por supuesto para navegar, debe invertir más de 80 dólares entre gasolina y aceite, sin garantías de absolutamente nada, de ahí la razón que muchos pesquen a remo y vela. Por eso tampoco hay transporte lacustre. Los trabajadores de la pesca deben lidiar no solo con el clima, también con los llamados Piratas del Lago, delincuentes que roban motores a los pescadores.

Y llegamos a Isla de Toas, es la capital del municipio, igual que las otras, muchas edificaciones en ruinas, hay quienes las desmantelan y sacan el metal vía lacustre rumbo a Colombia. El padre Ángel Alfredo Luengo es quien presta sus oídos para escuchar las preocupaciones de quienes visitan la iglesia. Vivir y permanecer en las islas es un verdadero reto de vida. Sin electricidad, por ejemplo, es realmente difícil que algo funcione. Educación, comercio, transporte, todo falla sin energía.

Buscando a Dios y su ayuda

El padre Ángel ha buscado no solo la mediación de Dios, sino la de cualquier instancia de gobierno, piensa lo que muchos, la respuesta del primero de ellos está más garantizada que la de los otros que están en este mismo plano terrenal. Es un reto vivir en las islas.

Le preguntamos al padre si pudiéramos comparar todo lo que sucede en las islas con alguno de los pasajes bíblicos y por supuesto, el libro de Job salió a relucir. Aunque Job aseguraba que vivir en la calamidad y soportarlas no implica que todo esté bien. Lamentablemente en Venezuela ha tocado adaptarse por las malas a estas crisis que rodean a quienes viven en esta parte del país.

En pocas palabras, por el hecho que las calamidades sean llevaderas para algunos, no significa que sea normal, y muchos menos que deban acostumbrarse a ellas.  Las islas del municipio Insular Padilla, a las que pudimos llegar, evidencian un abandono a niveles inverosímiles. Están los que pierden familia como Crisálida Fuenmayor. De nuevo en Isla Maracas nos enteramos que días después de la muerte de Miguel, llegó ayuda y comida del gobierno, ya que cuando el pequeño no la necesitaba, los muertos no comen. 

Otros que buscan hacer hasta lo imposible por sobrevivir, aun cuando la naturaleza no ayuda, como en el caso de Darielis Moran. Cada familia es una historia distinta, sus lágrimas de dolor y frustración se pierden en las turbias orillas del lago de Maracaibo.

Muchos recuerdan las islas de Insular Padilla como espacios de recreación y diversión para visitar en vacaciones, entraba dinero del turismo y todos ganaban, hoy todo eso no existe, un paraíso perdido en el lago de Maracaibo que muchos sueñan recuperar en algún momento.